domingo, 29 de diciembre de 2013

Cap. XIII Sobre la entrada del nuevo año


[…]Más adelante me detallaba cómo habían tomado las doce uvas en la playa. Salió a festejar con su gente después de haber cenado en casa con sus papás y unos tíos.

«Hacía un frío terrible allá en la orilla del mar, pero iba bien equipada de ropa decía; llevaba un gorro de lana cubriéndome las orejas y casi los ojos; allí a donde el gorro no llegaba, la bufanda lo sustituía, y solamente me quité los guantes cuando uno de los amigos, al llegar las doce de la noche y entrar el nuevo año, sacó del maletero de su coche una pequeña paellera en la que, con el mango de una herramienta golpeó doce veces, emulando las doce campanadas que simultáneamente a las nuestras, se estaban escuchando en las televisiones de todos los hogares. Hicimos un fuego, y alrededor de él dejamos correr el tiempo cantando y contando historias siniestras. Al amanecer, alguien apareció con varios termos de chocolate calentito y churros.
 
Fue una linda noche en la que deseé tu presencia a mi lado, acá en la arena de mi playa, junto al primer fuego; planificando el año que comienza y la década para la que ansío tantas cosas positivas... No quiero que te sientas triste por mi ausencia. Volveré cuando menos lo esperes, pero, mientras tanto, esperaré a que tú mismo emprendas el viaje que me permita mostrarte esta tierra porteña. En ella hay muchas cosas bellas además de su costa. En la parte sur de donde se ubica la gran fábrica, se encuentran todavía los restos de los antiguos pobladores Íberos. Cuando me acerco hasta allá, tomo asiento en la arena negra de lo que llamamos el Grau Vell, y me imagino una gran flota de barcos arribando al viejo puerto, con sus cargas de especias y sedas. Es entonces cuando las tres cuartas partes de mi sangre española se crecen, y en su crecida, me transportan a las piedras de los viejos templos, ubicados allá arriba, en la loma» […]

 Cap. XIII (Pág. 126)