domingo, 14 de abril de 2013

Fragmento. Cap. XV




 

[…] Una de las veces vi a una mujer que estaba siendo violada. No la había visto nunca, pero sí a la persona que se abalanzaba sobre ella obligándola a separar las piernas. La mujer, al final cedió de forma extrañamente voluntaria. Abrió las piernas y levantó el rostro hasta que sus ojos se encontraron directamente con los de su torturador. Lo estuvo mirando fijamente sin pestañear y sin oponer resistencia durante el tiempo que duró aquella humillación. No movió ni un músculo, pero su mirada gris se clavó en los ojos del hombre que recibió aquella descarga de orgullo como si la víctima lo hubiese estado abofeteando mientras la penetraba salvajemente.

Cuando hubo acabado su alarde de superioridad sobre la mujer maniatada, le pegó brutalmente con los puños cerrados en ambos ojos. Solo entonces, a ella se le oyó un gemido que, a continuación, y con apenas un hilo de voz, volvió a mostrar su arrojo. «Nunca podrás montar a tu mujer sin que veas mis ojos mirarte desde el infierno» sentenció[…]


Imagen: Blas Estal.

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